sábado, 1 de febrero de 2014

Diferentes formas de ver la justicia




Cuando nos cruzamos por la calle con las personas, tenemos dos opciones, bajar la vista  o mirarlas a los ojos.

Cuando escogemos  la segunda opción, podemos hacernos una idea de sus emociones. Os relato la situación de la que he sido testigo.

Las vi entrar por la puerta, los nervios se intuían en sus miradas, la madre, con sonrisa y bromas, intentaba hacer sonreír a la niña. Comenzaron a relatar su peregrinaje.

La convicción las había llevado a dar el paso, debían poner fin a tal acoso, decidiendo pedir ayuda.

Tras esperar 5 minutos a su llegada, la puerta del sargento se abre, ataviado con su uniforme, las recibió. Su mirada helada tras saber el motivo de la consulta, petrificó a la niña. Escucha durante un corto periodo de tiempo la incertidumbre que ambas sufren.

El silencio es sepulcral, la perplejidad  de ambas al escuchar la opinión de tal ‘persona’, las hiere ante la poca ayuda  que estaban recibiendo.



Desoladas, ambas mujeres, recogen sus lágrimas en pañuelos, la impotencia las supera, quién debía darle ayuda, acaba de abandonarlas a su suerte haciéndolas culpables.

Toman una  infusión, relajarse las hace recapacitar, su última oportunidad de ayuda se encuentra en el centro de la mujer.

El pasillo es de un gris frío, el temor es palpable, al cruzar una gran puerta de cristal, el sol vuelve a brillar.

La chica que las recibe, es rubia, de melena larga, una tez cálida se les hace familiar al notar su dolor. Sin más dilatación, la deriva a quién mejor las puede ayudar.

El despacho en el que entran es amplio, de paredes sombrías, ni un ápice de color en ellas. La madre se desmorona, las lágrimas recorren sus mejillas explicando los hechos. La niña afligida, intenta consolar a su madre, un momento de imprudencia, las somete a ambas a una gran prueba.

Tras contarle el altercado con el sargento, los ojos de la persona que las atiende, se inundan  de un brillo desconsolador.

No consigue articular palabra, teclea una serie de números indefinidos. Al otro lado del teléfono, la persona  detecta el acoso al que la menor está siendo sometida,  le tiende la mano, tranquilizándolas y citándolas al siguiente día.

La menor acude durante algunas horas a su centro de estudios, su madre la recoge en la puerta a la hora adecuada. La música al más alto volumen, les hace el camino muy breve.

El edificio es frío, desconsolador, tenue, con poca luz. Las dos suben uno a uno los peldaños que las separan de su ansiada ayuda. Al entrar escuchan a dos ancianas intentando cubrir sus horas vacías. La agradable sonrisa de la recepcionista, las tranquiliza. Veinte minutos después, las llaman a un apartado habitáculo. La niña, relata todo lo sucedido, dos meses de intenso acoso a la que ha sido sometida. Las lágrimas dejan paso a las sonrisas. Por fin alguien que siente  empatía. La abogada se involucra con la más tibia de sus facetas, informándoles de los daños que puede sufrir la niña si no se pone freno. Tras escucharla y marcar el número de un suboficial, la niña y su madre, son remitidas al poder judicial.

El mar las acoge. La sintonía de la emisora difunde ‘Bandera al viento- Juan Magan’.

El edifico es antiguo, desmerecido y poco habilitado para la cantidad de grandes personas habitan en él.

Dos minutos, es el tiempo que el oficial les da.  La puerta se abre las dos mujeres desaparecen tras ella.







   Enmanuell L 2 de Febrero de 2014

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